Aquí están pasando cosas
Viajar por Colombia, vía terrestre, es una experiencia única que seguramente en ninguna otra parte del planeta se repite. Ignoro qué hay en la carretera Sydney – Canberra, o en el trayecto entre Buenos Aires y Bariloche pero estoy convencido de que no hay un alto de las arepas, un motorista, una vaca que ríe, la nariz del diablo o la valla de una cerveza en cada curva invitando, por medio de sugestivas modelos, a tomarlas (las curvas y las cervezas) con precaución. Cada kilómetro de carretera colombiana expresa lo que somos, es una muestra de nuestra cultura, de nuestra identidad. Desde el parador que con su exhibición de toallas y flotadores nos da la bienvenida a un piso térmico más bajo, hasta la presencia de los honorables políticos provinciales en las piedras del paisaje o en el legado de su gobierno.
Contextualicemos. La semana santa del año pasado viajé por tierra hasta Isla Fuerte, bueno, hasta el golfo de Morrosquillo donde se toma una lancha para llegar a esta pequeña isla de pescadores y paisas con ínfulas de buzos. Para llegar, cogí en Bogotá una flota con dos amigos hasta Medellín. Allá conocimos el Parque Lleras, montamos en el metro financiado por Bogotá y cogimos otra flota hasta Montería donde sólo conocimos la terminal (un parqueadero con sala de espera) y Makro, y donde me enteré de que el aeropuerto se llama “Los Garzones”.
Una vez hecho el mercado, nos recogió un jeep que nos llevaría por dos horas hasta Paso Ancho, último punto en tierra y donde abordaríamos la lancha. Este tramo final entre Bogotá y el mar fue mi favorito. Dos horas de Colombia suspendida en el tiempo. Árboles milenarios a los que no se les movía ni una hoja. Ganado rumiando la sabana como en un loop eterno. El río Sinú, impávido, siguiendo su cauce. Hasta que empezó un trancón monumental. ¿Una vaca atravesada en la carretera? ¿Un ciclista atropellado? ¿La guerrilla? ¡No, los paras. Córdoba es propiedad de Álvaro, Rocío, Salvatore y sus muchachos! No, tranquilos. Es el cruce sobre el Río. ¿Hay que cruzar en planchón? No, es que el puente sobre el río Sinú tiene sólo un carril… ¿SÓLO UN CARRIL?
Retomemos. Quién sabe cuándo, algún políticorrupto de la región entregó la licitación de la carretera y aprovechó para sacar su buena tajada (mordida, para nuestros lectores mexicanos), robándose todo un carril de un puente. Para facilitar el tráfico vehicular, un par de niños se paran con banderas rojas a lado y lado del río e intercalan el paso por un par de monedas (¿Corrupto el político? ¡No, qué va! Si lo que hizo fue generar empleo para esa niñez desamparada que tanto le duele a Garavito). Así, mientras los que vienen pasan por el puente, los que van esperan a que los niños agiten las banderas indicando que el paso cambia de sentido.
Si esto le pareció la tapa, si dijo que ahí estamos pintados los colombianos, siga leyendo.
En estos puentes de mitad de año, de pentecostés, de San Pedros, de San Pablos, de reinados y rodaditas, estuve en los Llanos. Más exactamente en Puerto Gaitán. Nunca me había adentrado tanto en esta región y quedé boquiabierto con sus 360º de planicie: ni una sola montaña. Pero más asombrado me dejó la carretera Puerto López – Puerto Gaitán, y no precisamente por el “imponente” obelisco que señala el ombligo de Colombia, sino por su estado: 110 kilómetros de barro rojo que hacen que el rally París-Dakkar parezca una pista de Micromachines.
Resulta que después de Puerto Gaitán queda Rubiales, un pozo petrolero del último colombiano más rico de Colombia, Germán Efromovich. Como Rubiales se encuentra en el clímax de su explotación, el número de carrotanques yendo y viviendo es incalculable (traté de contarlos pero resultó más somnífero que contar ovejas) y el daño que le han hecho a la carretera, indescriptible.
Como buenos colombianos que somos, busquemos culpables. Que pase al banquillo nuestro primer sindicado, el alcalde de Puerto Gaitán. Este costeño, más conocido por la clínica que está construyendo en Barranquilla que por las obras realizadas en el pueblo que gobierna, declara que la vía, al ser nacional, es responsabilidad del Invías, nuestro segundo sindicado y quien asegura que el presupuesto ya se entregó. Por aquí no fue. Busquemos por otro lado. ¿Qué tal con la regalías del petróleo? Nadie sabe quién las entrega ni en qué se invierten. Dicen que en educación.
Lo único cierto a estas alturas es que el buen estado de esta carretera nos beneficiaría a todos. Al turista: viajaría más a menudo. Al municipio de Puerto Gaitán: sus ingresos económicos aumentarían por cuenta del turismo. Al Invías: pondría peajes y, con lo recaudado, mantendría en excelente estado esta carretera; de pronto hasta alcanzaría para mantener otras carreteras, por ejemplo, el carril faltante del puente sobre el río Sinú. Al señor Efromovich: habría ahorro en la gasolina. La que consumen y transportan sus carrotanques. Incluso, quién quita, en la de sus aeronaves. Entonces, los pasajes de avión bajarían y los colombianos ya no viajaríamos por tierra. Cambiaríamos la arepa del alto y la panelita de la vaca risueña por la bolsita de maní que entregan en la aerolínea en la que dicen que están pasando cosas.
* * *
A PROPÓSITO...
...¿Quién habrá sido el primer sujeto que le dio por dedicar canciones?
Contextualicemos. La semana santa del año pasado viajé por tierra hasta Isla Fuerte, bueno, hasta el golfo de Morrosquillo donde se toma una lancha para llegar a esta pequeña isla de pescadores y paisas con ínfulas de buzos. Para llegar, cogí en Bogotá una flota con dos amigos hasta Medellín. Allá conocimos el Parque Lleras, montamos en el metro financiado por Bogotá y cogimos otra flota hasta Montería donde sólo conocimos la terminal (un parqueadero con sala de espera) y Makro, y donde me enteré de que el aeropuerto se llama “Los Garzones”.
Una vez hecho el mercado, nos recogió un jeep que nos llevaría por dos horas hasta Paso Ancho, último punto en tierra y donde abordaríamos la lancha. Este tramo final entre Bogotá y el mar fue mi favorito. Dos horas de Colombia suspendida en el tiempo. Árboles milenarios a los que no se les movía ni una hoja. Ganado rumiando la sabana como en un loop eterno. El río Sinú, impávido, siguiendo su cauce. Hasta que empezó un trancón monumental. ¿Una vaca atravesada en la carretera? ¿Un ciclista atropellado? ¿La guerrilla? ¡No, los paras. Córdoba es propiedad de Álvaro, Rocío, Salvatore y sus muchachos! No, tranquilos. Es el cruce sobre el Río. ¿Hay que cruzar en planchón? No, es que el puente sobre el río Sinú tiene sólo un carril… ¿SÓLO UN CARRIL?
Retomemos. Quién sabe cuándo, algún políticorrupto de la región entregó la licitación de la carretera y aprovechó para sacar su buena tajada (mordida, para nuestros lectores mexicanos), robándose todo un carril de un puente. Para facilitar el tráfico vehicular, un par de niños se paran con banderas rojas a lado y lado del río e intercalan el paso por un par de monedas (¿Corrupto el político? ¡No, qué va! Si lo que hizo fue generar empleo para esa niñez desamparada que tanto le duele a Garavito). Así, mientras los que vienen pasan por el puente, los que van esperan a que los niños agiten las banderas indicando que el paso cambia de sentido.
Si esto le pareció la tapa, si dijo que ahí estamos pintados los colombianos, siga leyendo.
En estos puentes de mitad de año, de pentecostés, de San Pedros, de San Pablos, de reinados y rodaditas, estuve en los Llanos. Más exactamente en Puerto Gaitán. Nunca me había adentrado tanto en esta región y quedé boquiabierto con sus 360º de planicie: ni una sola montaña. Pero más asombrado me dejó la carretera Puerto López – Puerto Gaitán, y no precisamente por el “imponente” obelisco que señala el ombligo de Colombia, sino por su estado: 110 kilómetros de barro rojo que hacen que el rally París-Dakkar parezca una pista de Micromachines.
Resulta que después de Puerto Gaitán queda Rubiales, un pozo petrolero del último colombiano más rico de Colombia, Germán Efromovich. Como Rubiales se encuentra en el clímax de su explotación, el número de carrotanques yendo y viviendo es incalculable (traté de contarlos pero resultó más somnífero que contar ovejas) y el daño que le han hecho a la carretera, indescriptible.
Como buenos colombianos que somos, busquemos culpables. Que pase al banquillo nuestro primer sindicado, el alcalde de Puerto Gaitán. Este costeño, más conocido por la clínica que está construyendo en Barranquilla que por las obras realizadas en el pueblo que gobierna, declara que la vía, al ser nacional, es responsabilidad del Invías, nuestro segundo sindicado y quien asegura que el presupuesto ya se entregó. Por aquí no fue. Busquemos por otro lado. ¿Qué tal con la regalías del petróleo? Nadie sabe quién las entrega ni en qué se invierten. Dicen que en educación.
Lo único cierto a estas alturas es que el buen estado de esta carretera nos beneficiaría a todos. Al turista: viajaría más a menudo. Al municipio de Puerto Gaitán: sus ingresos económicos aumentarían por cuenta del turismo. Al Invías: pondría peajes y, con lo recaudado, mantendría en excelente estado esta carretera; de pronto hasta alcanzaría para mantener otras carreteras, por ejemplo, el carril faltante del puente sobre el río Sinú. Al señor Efromovich: habría ahorro en la gasolina. La que consumen y transportan sus carrotanques. Incluso, quién quita, en la de sus aeronaves. Entonces, los pasajes de avión bajarían y los colombianos ya no viajaríamos por tierra. Cambiaríamos la arepa del alto y la panelita de la vaca risueña por la bolsita de maní que entregan en la aerolínea en la que dicen que están pasando cosas.
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A PROPÓSITO...
...¿Quién habrá sido el primer sujeto que le dio por dedicar canciones?