Sala de Reacción

domingo, junio 11, 2006

Me huele a fútbol

Cronológicamente hablando, éste es mi séptimo mundial pero mentalmente, el quinto. De todos guardo recuerdos que me confirman porqué cada hombre tiene un niño adentro. La pelea entre Ruddy Voeller y Frank Rikjaard. O el pasito tún-tún de Roger Milla humillando al lobamente llamado "onceno tricolor". O la berriada de Maradona en la final de Italia 90. O el penalty que se comió Roberto Baggio en la final contra Brasil en el 94. O el autogol de Andrés Escobar al mismo "onceno tricolor". O la cara reventada de Luis Enrique. O... en fin.

Y por encima de cada gol, de cada alzada de copa, de cada mascota oficial, lo que trae a mi mente todos esos recuerdos es el olor oficial de cada mundial. Una experiencia bastante personal, por cierto. Tanto, que ni sé cómo explicarlo. No es que yo diga, "Huy, Alemania 2006 va a oler a fresita de la que ponen los taxistas". Simplemente, después de un determinado tiempo, percibo algún olor y de inmediato se me activa algún recuerdo de un mundial. Italia 90 huele al perfume que usaba mi tía recién llegada de España, de donde me trajo un poster gigante al que se le pegaban las fotos de los 22 seleccionados ibéricos. Sí, oler ese perfume me lleva al momento exacto en el que yo pegaba la mona de Emilio Butragueño.

O Estados Unidos 94, que huele a Coca-Cola sin gas. A la que servía en un "vasopitillo" promocional de dicha marca antes de bajar a jugar fútbol con mis amigos de barrio (sí, tuve amigos de barrio y qué). Yo fui Paolo Maldini y defendí a muerte la casaca azzurra en mi Orange Bowl imaginario. 90 minutos imaginarios que clausuraban cuando yo, Paolo Maldini, el capitán, hundía mi hocico en ese paciente termo y me zumbaba medio litro sin gas.

Francia 98 fue diferente. Mis primeros paseos a fincas. Paseos de adolescentes donde el puesto de los papás lo ocupaban varias garrafas de Néctar Rojo y uno que otro petaco de Costeña. Francia 98 huele a Belmont. A dedos índice y corazón apestando a Belmont. A pomarroso recién bajado de su árbol en aquella finca de Anolaima. Francia 98 huele a pomarroso, fruto pelado y liso como era la calva de Barthez en la final contra Brasil. Pelado y liso como sería la calva de Zidane en el oso monumental de su selección en Corea y Japón 2002.

Corea y Japón 2002 no huele a Néctar Rojo. Tampoco huele a pomarroso. O sí, Corea y Jápón 2002 huele a una mezcla de los dos: guayabo. Siete preadultos planeando cómo pasar derecho viendo fútbol. La astuta solución: Ron Santafé Añejo con Coca-Cola (otra vez la gaseosa que deje hace 6 meses). ¿Y si se acaba la Coca-Cola? (porque les juró que el ron nunca se acabó), pues yogurt Finesse de melocotón. Corea y Japón huele a eso. A ron Santafé Añejo (no lo puedo ni ver). A Finesse de melocotón. Corea y Japón 2002 también huele a pasto en las rodillas y no por andar jugando fútbol. No. A pasto en las rodillas por varios fines de semana aprendiendo, con educación experimental, cómo 25 preadultos educan a 50 experimentados preadolescentes.

Vamos ver a qué huele Alemania 2006. ¿A tapizado de BMW? ¿A consultorio ginecológico? ¿A lubricante de condón? ¿A vodka? porque una sola cosa es cierta. Éste, mi séptimo mundial cronológico, mi quinto mundial mental, es mi primer mundial laboral.

* * *

A PROPÓSITO...

... Minuto 87: Alemania 4, Costa Rica 2.